La instrucción de la semana: Traer un instrumento
Al comenzar la clase, la energía y entusiasmo que tanto nos caracteriza como curso (considerando que todos andábamos con algún artefacto que emitiera sonido) hacía que la sala fuera un caos. Fue necesario calmarnos y relajarnos, empezamos a caminar de forma pausada y sin reírse, los instrumentos en el centro, todos juntos y revueltos. Al cabo de un rato, nos dividimos en grupos para escoger un instrumento calmadamente. Yo escogí un tambor, mi decisión no fue al azar… Los instrumentos de percusión siempre me han llamado la atención y al mismo tiempo han constituido un desafío para mí, ya que no considero tener especial facilidad para este tipo de elementos. Una vez que todos teníamos nuestros instrumentos escogidos, debíamos observarlos en detalle, conocerlo bien antes de comenzar a trabajar con él. Luego de esto, la profesora proyectó distintos colores para que nosotros los representáramos musicalmente. Fue el primer encuentro de manera distinta con los instrumentos, involucrándonos con ellos, dejando fluir las sensaciones que afloraran de la situación. Posterior a esto, fuimos divididos por tipo de instrumento, a mí me correspondía con quienes tuviesen instrumentos de percusión. Luego de 15 minutos debíamos presentar una melodía. Al ser todos igual de inexpertos, no había más que dejarse llevar por los sonidos, tratar de trasmitir lo que estos nos transmitían a nosotros y, sobre todo, tratar de conectarnos entre sí para que el resultado fuese armónico. Todo el ejercicio del sonido salió conmigo de la clase y me acompañó durante el camino a casa. La gente que realmente se encuentra en condiciones de dar una opinión con conocimiento de causa sobre la música o sobre la conformación de los sonidos es poca. Sin embargo, si uno mira a su alrededor pareciera ser que todos disfrutamos de ella. “Que la música sea el alimento del amor” decía Kurt Cobain. El amor es transversal a todas las creencias, valores, personalidades, condiciones de vida, etc. Todos al ser personas, somos capaces de experimentar amor.
Lo mismo ocurre con la música, no importa si sabemos mucho o poco, no importa con que estilo nos sintamos identificados, ¡hay música para todos! Las personas le damos un sentido a la música que escuchamos; nos sentimos identificados con tal canción, cierta melodía nos traslada a un recuerdo o nos lleva a una persona. Y esto no pasa solo con la música, sino también con los sonidos. Nuestra vida diaria está repleta de ellos y lograr escucharlos y conectarnos con ellos nos dice mucho de los lugares que recorremos; La brisa que se siente cuando uno va al mar, el sonido del viento en el campo, la contaminación acústica de la ciudad… Cada sonido nos conecta con una sensación y nos entrega una experiencia diferente. Si bien la música es algo de lo que todos disfrutamos, muchas veces la prisa de rutina nos hace olvidar la importancia de estos sonidos sencillos, lo que me hace pensar que a veces es necesario re-conectarnos con estas pequeñas experiencias que pueden ser tan enriquecedoras para nuestro espíritu.
Lo mismo ocurre con la música, no importa si sabemos mucho o poco, no importa con que estilo nos sintamos identificados, ¡hay música para todos! Las personas le damos un sentido a la música que escuchamos; nos sentimos identificados con tal canción, cierta melodía nos traslada a un recuerdo o nos lleva a una persona. Y esto no pasa solo con la música, sino también con los sonidos. Nuestra vida diaria está repleta de ellos y lograr escucharlos y conectarnos con ellos nos dice mucho de los lugares que recorremos; La brisa que se siente cuando uno va al mar, el sonido del viento en el campo, la contaminación acústica de la ciudad… Cada sonido nos conecta con una sensación y nos entrega una experiencia diferente. Si bien la música es algo de lo que todos disfrutamos, muchas veces la prisa de rutina nos hace olvidar la importancia de estos sonidos sencillos, lo que me hace pensar que a veces es necesario re-conectarnos con estas pequeñas experiencias que pueden ser tan enriquecedoras para nuestro espíritu.
Magdalena Martínez