Drama: ¡Vamos por un segundo encuentro!

Y llegó la segunda clase de drama, la expectación era distinta pues sabíamos, a grandes rasgos, en qué consistiría gracias a la clase anterior. La instrucción para los compañeros del segundo grupo era traer algún objeto de gran valor sentimental, algo que jamás le regalarían a nadie. Los objetos que trajeron mis compañeros eran de la más diversa índole; Libros, joyas, cartas, juguetes, etc. Sin importar lo que fuesen, todos eran un símbolo.


Dimos comienzo a la clase. Los involucrados en el centro formando un ovalo, todos los demás a su alrededor expectantes de lo que fuera a suceder.
El ejercicio consistía en que cada uno explicara el porqué de la importancia de su objeto, si tenía relación con alguna persona o momento.
No sé si fue porque esta vez yo estaba mirando desde afuera, en vez de estar metida en el círculo o si habían historias más “fuertes”, pero ciertas experiencias me llegaron mucho más que la primera vez. Una vez más me pongo a pensar en lo increíble que es compartir día a día con un montón de personas, verlos sonreír, verlos enojarse o estar tristes, pero de una manera más bien superficial, sin considerar que cada una de esas personas carga con una historia, con una biografía que determina en gran medida lo que son en la actualidad y lo que serán en el futuro. Todos cargamos con una mochila que está llena de lo que somos; contiene alegrías, contiene tristezas, decepciones y recuerdos. Es una mochila que nunca abandonamos y que muchas veces nos recuerda hacia dónde vamos, cual es nuestro objetivo.

Inmediatamente después de describir la importancia de este objeto, los compañeros debían obsequiarlo simbólicamente a otro compañero que se encontrase dentro del círculo. Las razones para obsequiar fueron diversas y todas muy bonitas: “Te lo regalo porque eres mi amiga más cercana”, “te lo regalo porque estuviste ahí en un momento en que realmente necesitaba de alguien”, “te lo regalo porque compartimos cosas y me siento identificado contigo” fueron algunas de las razones que escuché.
Llevamos 3 meses de clases; muy poco tiempo para formar lazos o quizás mucho, considerando que nos vemos a diario, durante una gran parte del día. Es bonito notar como en estos tres meses se han ido estrechando amistades que se proyectan a ser muy fuertes en el futuro, más bonito es pensar que con esas personas con las que estamos formando lazos compartiremos 5 años de nuestras vidas viéndonos a diario y que, una vez finalizados esos 5 años, compartiremos una profesión, seremos colegas y de algún modo estaremos siempre relacionados. Y lo que me parece más valorable aún es el hecho de que, además de las relaciones más personales, estamos generando un compañerismo a nivel de curso, una identidad común, una red de apoyo con la cual contaremos a lo largo de todo nuestro proceso de formación como futuros terapeutas ocupacionales.

D R A M A

Clase a cargo del profesor Felix. Partimos hablando del origen del teatro: Las liturgias que se hacían en honor al dios Dionisio. ¿Haremos teatro? No, haremos drama. Sacaremos a flote emociones profundas vinculadas a experiencias más personales.
El curso consta de 70 integrantes, demasiada gente. Una vez más seremos separados en 3 grupos. Serán 3 clases de drama. Cada grupo tendrá su protagonismo en alguna de las clases.

1ra clase, instrucciones previas: Traer mucho diario.
                          
Formo parte de este primer grupo. El profesor nos pide sentarnos en un ovalo, con todos nuestros compañeros de los otros grupos sentados alrededor nuestro. En el medio, todos los diarios que habíamos recolectado entre todos, cinta adhesiva y otros materiales. Se nos pide pensar en una persona que sea muy importante para nosotros, que nos halla marcada o que represente una parte muy importante de nuestras vidas.  Mi primer pensamiento me conduce hacia una persona que fue, es y será siempre importante en mi vida, que me enseñó muchas cosas y posee la cualidad de contener en sí misma el amor y respeto que poseo por todo mi núcleo familiar. Sin embargo, hubo una palabra de la instrucción que me hizo cambiar de atención y derivar hacia otra persona: “alguien que nos haya marcado”.  Eso puedo pensarlo en dos segundos.
Una vez elegida la persona, construir un objeto con los materiales disponibles (diario y scotch) que represente a la persona. Escoger a la persona no me parece tan difícil, pero representarla teniendo en cuenta que es alguien muy importante en nuestras vidas, que nos ha marcado, por la cual lógicamente sentimos mucho amor y respeto… Uff, ¡difícil!
Luego de meditarlo un poco, encuentro el objeto perfecto. Mis compañeros parecen haberlo encontrado también y todos trabajamos afanados. Algunos objetos quedaron muy bellos y con muchos detalles, otros más simples y rústicos como el mío.
El objetivo de construir este objeto es contarle a nuestros compañeros en qué consiste, qué relación tiene con la persona que tenemos en mente y por qué esta es tan importante en nuestras vidas.
Dar detalles sobre este momento sería vulnerar la privacidad y confianza que quienes hablan depositan en el resto del grupo. Lo que sí me gustaría comentar es lo bonito de este tipo de dinámicas por múltiples razones; Al escuchar las historias del resto una serie de pensamientos y, más aún, sentimientos van aflorando poco a poco. Gracias a estos momentos es posible entender a veces ciertos comportamientos o actitudes del resto, también nos da pie a pensar que “no todo es tan terrible”, siempre hay alguien que tiene una historia peor que contar y que ha sabido salir delante de una manera que causa admiración. Pero, sobre todo, lo que me parece más bonito es la confianza que se genera, el como estas prácticas aportan a la unión del grupo, al apoyo, a la complicidad y al sentirnos cada vez más unidos y pertenecientes. Puede que no nos conozcamos mucho, pero durante ese momento somos una especie de familia, que se emociona en conjunto, que ríe en conjunto, que se apoya mutuamente. Y aunque sea difícil hablar de aquellas cosas que tenemos más guardadas en nuestro interior, por sensaciones como estas es que vale la pena abrirse, no tener miedo y confiar en que los demás sabrán valorar y responder a esa confianza.
Es así como se van formando los vínculos más especiales y bellos.
 


 
 

Movimiento 2.0

Ya hicimos movimiento la semana pasada: Caminar lento, caminar rápido, sentir el cuerpo, comunicarse con los demás de diferentes maneras, hacer fluir la energía.
¿Qué es lo que se viene para esta semana?

Hoy fue el último de vacunación obligatoria, por lo que la mayoría había acudido a realizar dicho trámite durante la mañana y algunos seguían adoloridos así que restaron su participación de la actividad y fueron llevados a otra sala (a hacer qué no lo supimos hasta el final de la clase). Primera división del curso: “Los adoloridos” o quizás desmotivados, que no querían moverse.

La clase comenzó con ejercicios similares a la anterior; caminar en círculos, mover la cabeza, mover las extremidades… Si la clase va a  ser de nuevo lo mismo que aburrido, pensé.
Luego de un rato la profe pidió nos dividiéramos en dos grupos, uno trabajaría afuera y otro se quedaría en la sala con ella. Eso era todo lo que sabíamos.
Una vez hechos los dos grupos nos explicó que el grupo que quedaba adentro haría ejercicios de expresión corporal y el grupo que saliera (al que yo pertenecía) debía realizar una especie de actuación o performance improvisada, en el que se expresaran sensaciones o emociones y en la cual se utilizaran las máscaras mencionadas en las entradas anteriores.

Así ocurrió la segunda división del curso: “Los enmascarados” y “Los bailarines”.
La profe entró a la sala y “los enmascarados” nos quedamos discutiendo que haríamos. Pese a que dentro de las instrucciones se había dicho IMPROVISADO, lo planeamos muchísimo. Escogimos a uno de nuestros compañeros como líder de la actividad y decidimos realizar una rutina donde emitiéramos sonidos con el cuerpo, nos moviéramos de forma libre, nos cubriéramos los rostros con las máscaras y termináramos recostados en el suelo.
Mientras planeábamos todo esto escuchábamos los ruidos que venían de adentro y podíamos ver como nuestros compañeros se movían alegremente al son de una música, sin esquemas ni coreografías y, definitivamente, sin vergüenzas ni complejos. Parecían estarlo disfrutando bastante.

Llegó el momento de presentar nuestra creación. Intentamos hacerlo lo más fiel posible  a lo acordado, no salió exactamente igual y esto estuvo bien… Hubo espacio para la improvisación. 
Finalizado nuestro “espectáculo” fue el turno de los compañeros que se quedaron a dentro: “los bailarines”. Su presentación consistía en diversos movimientos que parecían espontáneos al son de la música, los compañeros se iban incorporando poco a poco a la dinámica hasta formar un gran grupo. Definitivamente, creo que este fue uno de los momentos que más he disfrutado de todas las clases pese a no estar participando activamente de él. Esto porque mis compañeros lo estaban disfrutando inmensamente y su alegría y diversión se contagiaba a todo el resto de la sala, además estéticamente se veía muy lindo.
Finalizado su momento, llegó el turno de “los adoloridos” que ingresaron a la sala con múltiples elementos que emitían sonidos, todos los demás nos recostamos y con los ojos cerrados nos dispusimos a disfrutar de un ejercicio de relajación guiado por ellos. Fue realmente agradable.

Al son de la música o del silencio


Otro jueves ha llegado, trae consigo una nueva dinámica a experimentar en esta clase tan poco convencional.
¿Hoy? Es el turno del movimiento, al menos eso dice la descripción. 
Lo primero fue caminar en cualquier dirección, procurando ocupar todo el espacio disponible, sentir el movimiento de nuestro cuerpo, interactuar con el resto de los compañeros (a través de distintas formas de saludo. Para la profe era necesario estar en silencio, algo que es bastante difícil y que no ocurre muy a menudo en este grupo.

Al realizar esta primera actividad de inmediato saltó un pensamiento a mi cabeza: En este tipo de ejercicios se hacen muy evidentes las personalidades de cada individuo. Se juega con la vergüenza, con la espontaneidad, con el miedo al ridículo. Se hace notar quienes son más efusivos, más expresivos y cariñosos, también quienes son más tímidos y retraídos, más inseguros quizás. El saludo es siempre más frío en el segundo caso.
Deambulamos por la sala, intentando no chocar, intentando no reír, intentando no hablar. Claramente, fracasamos en el intento.
La segunda parte de la clase consistió en elegir una pareja, colocarnos de espalda e intentar comunicar diversas emociones, siempre en esa posición. Movimientos muy graciosos salían a flote, otro pretexto para risas. 
 Personalmente, yo solo pensaba en la dificultad de comunicarse sin hablar, en el cómo descansamos tan notoriamente sobre este recurso para expresar lo que sentimos. ¿Si no pudiésemos hablar, qué haríamos para diferenciar la infinita gama de posibilidades que existen sobre cómo sentirse con respecto a otros? Nos pedían que expresáramos alegría, rabia, pena, reconciliación… Todo de espaldas, sin mirarnos ni tocarnos, solo con el roce.



La clase finalizó con una actividad que consistía en reunirnos en grupos, tomarnos de la mano e intentar expresar mediante esa unión, sin palabras. Sentir las diferencias entre la textura de la piel de mi compañero de la izquierda y el de la derecha, las diferencias de tamaño, de forma, sentir como fluía la energía a través de todo el grupo, notar como la temperatura es diferente y, sobretodo, sentirnos cómodos con tal nivel de cercanía.
Hoy en día vivimos en una prisa constante, no damos tiempo a los detalles, cada vez somos más impersonales y conocemos menos al otro. Es por esto que ejercicios como estos incomodan cada vez más, la posibilidad de sentir “vulnerado” tu metro cuadrado aterra. A mi parecer, en carreras como terapia ocupacional romper con esta tendencia es fundamental, pues necesariamente se debe conocer al otro, generar cierta cercanía, establecer contacto y generar cierta complicidad.
Es quizás ese el sentido de esta actividad; tener la posibilidad de volver a conectarnos con otros sin sentir aquella incomodidad tan propia y típica en nuestro mundo.

Coloriemos la máscara


Una de las primeras actividades que realizamos en clases fue la creación de una máscara de yeso con las facciones de nuestra cara, ésta quedó guardada y olvidada en una pequeña salita interior del lugar en el que se llevan a cabo las clases en nuestra escuela, con el compromiso de ser decorada en algún momento. Pues bien, ese momento llegó.
                                    

Lo primero: Asegurarse de que la máscara estuviese lo más lisa y resistente posible, para esto contábamos con pasta muro y lijas para hacer todas las correcciones que se considerasen pertinentes. Una vez finalizada esta etapa ,era hora de poner manos a la obra con la decoración. Pintar y decorar la máscara constituía todo un desafío; las posibilidades eran infinitas.

 ¿De qué manera hacerlo?                                    
En mi opinión, todo lo que implique creación personal implica también un depósito de las emociones y sensaciones que el “creador” está experimentando al  momento de realizarla. Al ser una máscara de la propia cara, podría esta ser decorada de acuerdo al estado anímico del momento, podría también ir más allá y ser un reflejo del estado emocional más profundo, podría también intentar obviar las emociones y enfocarse en los intereses y creencias. En fin, sea como sea, reflejaría un pedacito de interioridad.
El proceso mental para decidir por cuál de las alternativas inclinarme fue bastante largo.
Al finalizar el horario de clases algunos habían terminado el “enchulamiento” de su máscara y otros no, los que no lo hicieron debieron llevársela para la casa y traerla a la semana siguiente. Yo fui una de las que tuvo que dedicar tiempo fuera de clases a decorar la máscara, pues no fui capaz de decidirme durante el tiempo estipulado.
Cuando tuve la oportunidad de observar todas las máscaras terminadas, pude comprobar mi teoría de que estas inevitablemente reflejarían una parte de la personalidad de sus dueños.
En el caso de las emociones, había algunas en que estas estaban muy marcadas; alegría, entusiasmo, rabia. En el caso de los intereses y creencias, habían ciertas máscaras que con solo mirarlas era posible adivinar de quienes eran.


Lo que es yo, finalmente me decidí por un diseño sencillo, que quizás no decía mucho a primera vista, pero que tenía sentido para mí. Una especie de rompecabezas. El porqué es muy simple: Por la firme creencia de que somos una construcción y producto de todas las experiencias que vivimos, los aprendizajes, los apegos, los dolores y, por supuesto, también las alegrías. Todos ellos son pequeñas piezas del rompecabezas que, poco a poco, va formando nuestra personalidad y define nuestra esencia, cada etapa de nuestra historia ha dejado una huella y esta se hace visible de una forma u otra.                                                                                       

Caras vemos, corazones  no sabemos… dicen. Muchas veces lo que observamos en un primer encuentro no se condice con lo que encontramos al conocer a la persona un poco más. Sin embargo, la cara es de todas maneras nuestra carta de presentación frente al mundo. Y si es así, ¿Qué mejor lugar para representar (de manera simbólica, a través de la máscara) todas las huellas que han dejado las diferentes vivencias?