Otro jueves ha llegado, trae consigo una nueva
dinámica a experimentar en esta clase tan poco convencional.
¿Hoy? Es el turno del movimiento, al menos eso
dice la descripción.

Al realizar esta primera actividad de inmediato
saltó un pensamiento a mi cabeza: En este tipo de ejercicios se hacen muy
evidentes las personalidades de cada individuo. Se juega con la vergüenza, con
la espontaneidad, con el miedo al ridículo. Se hace notar quienes son más
efusivos, más expresivos y cariñosos, también quienes son más tímidos y
retraídos, más inseguros quizás. El saludo es siempre más frío en el segundo
caso.
Deambulamos por la sala, intentando no chocar, intentando no reír, intentando no hablar. Claramente, fracasamos en el intento.
La segunda parte de la clase consistió en elegir una pareja, colocarnos de espalda e intentar comunicar diversas emociones, siempre en esa posición. Movimientos muy graciosos salían a flote, otro pretexto para risas.
Deambulamos por la sala, intentando no chocar, intentando no reír, intentando no hablar. Claramente, fracasamos en el intento.
La segunda parte de la clase consistió en elegir una pareja, colocarnos de espalda e intentar comunicar diversas emociones, siempre en esa posición. Movimientos muy graciosos salían a flote, otro pretexto para risas.


Hoy en día vivimos en una prisa constante, no damos tiempo a los detalles, cada vez somos más impersonales y conocemos menos al otro. Es por esto que ejercicios como estos incomodan cada vez más, la posibilidad de sentir “vulnerado” tu metro cuadrado aterra. A mi parecer, en carreras como terapia ocupacional romper con esta tendencia es fundamental, pues necesariamente se debe conocer al otro, generar cierta cercanía, establecer contacto y generar cierta complicidad.
Es quizás ese el sentido de esta actividad;
tener la posibilidad de volver a conectarnos con otros sin sentir aquella
incomodidad tan propia y típica en nuestro mundo.
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