Al son de la música o del silencio


Otro jueves ha llegado, trae consigo una nueva dinámica a experimentar en esta clase tan poco convencional.
¿Hoy? Es el turno del movimiento, al menos eso dice la descripción. 
Lo primero fue caminar en cualquier dirección, procurando ocupar todo el espacio disponible, sentir el movimiento de nuestro cuerpo, interactuar con el resto de los compañeros (a través de distintas formas de saludo. Para la profe era necesario estar en silencio, algo que es bastante difícil y que no ocurre muy a menudo en este grupo.

Al realizar esta primera actividad de inmediato saltó un pensamiento a mi cabeza: En este tipo de ejercicios se hacen muy evidentes las personalidades de cada individuo. Se juega con la vergüenza, con la espontaneidad, con el miedo al ridículo. Se hace notar quienes son más efusivos, más expresivos y cariñosos, también quienes son más tímidos y retraídos, más inseguros quizás. El saludo es siempre más frío en el segundo caso.
Deambulamos por la sala, intentando no chocar, intentando no reír, intentando no hablar. Claramente, fracasamos en el intento.
La segunda parte de la clase consistió en elegir una pareja, colocarnos de espalda e intentar comunicar diversas emociones, siempre en esa posición. Movimientos muy graciosos salían a flote, otro pretexto para risas. 
 Personalmente, yo solo pensaba en la dificultad de comunicarse sin hablar, en el cómo descansamos tan notoriamente sobre este recurso para expresar lo que sentimos. ¿Si no pudiésemos hablar, qué haríamos para diferenciar la infinita gama de posibilidades que existen sobre cómo sentirse con respecto a otros? Nos pedían que expresáramos alegría, rabia, pena, reconciliación… Todo de espaldas, sin mirarnos ni tocarnos, solo con el roce.



La clase finalizó con una actividad que consistía en reunirnos en grupos, tomarnos de la mano e intentar expresar mediante esa unión, sin palabras. Sentir las diferencias entre la textura de la piel de mi compañero de la izquierda y el de la derecha, las diferencias de tamaño, de forma, sentir como fluía la energía a través de todo el grupo, notar como la temperatura es diferente y, sobretodo, sentirnos cómodos con tal nivel de cercanía.
Hoy en día vivimos en una prisa constante, no damos tiempo a los detalles, cada vez somos más impersonales y conocemos menos al otro. Es por esto que ejercicios como estos incomodan cada vez más, la posibilidad de sentir “vulnerado” tu metro cuadrado aterra. A mi parecer, en carreras como terapia ocupacional romper con esta tendencia es fundamental, pues necesariamente se debe conocer al otro, generar cierta cercanía, establecer contacto y generar cierta complicidad.
Es quizás ese el sentido de esta actividad; tener la posibilidad de volver a conectarnos con otros sin sentir aquella incomodidad tan propia y típica en nuestro mundo.

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